ONCE MINUTOS

Ella narra que once minutos es el tiempo exacto por el que un hombre compra a una prostituta. Por tan sólo once minutos Ella vende su cuerpo, sin arrepentimiento alguno, a los deseos de cualquier hombre; y nadie sabe que los billetes doblados dentro de su sujetador pueden comprar el sueño de los noventa días que ya le restan para volver a su país.


Paulo Coelho recoge en "Once Minutos" la historia de alguien que se hizo prostituta por causalidad y, atrapada ya en la profesión, aprende de ella hasta el punto de convertirla, de la forma más frívola posible, en el medio para volver a su país. Todavía no he acabado el libro y la verdad es que, a pesar de que no me está entusiasmando en demasía, me ha hecho reflexionar como nunca sobre la prostitución, y más ahora que el debate quema las calles.



Yo puedo catalogar a la prostitución como una forma más de trato degradante hacia la mujer, pero mi argumento pierde fuerza cuando una mujer manifiesta que se siente plenamente libre y nunca vejada por vender su cuerpo. Puedo decir que la prostitución es una manifestación más de un machismo anclado en nuestra sociedad, pero debo callarme cuando veo que la prostitución masculina va en aumento en nuestro país. Puedo entender que ciertos sectores insten al Gobierno para que proceda a abolir la prostitución, pero no sé si tiene importancia que a todos nos resulta imposible imaginar la desaparición de la misma cuando voluntariamente tantas mujeres/hombres deciden ejercerla y tantos hombre/mujeres hacer uso de ella. Me pierdo en respuestas si tengo que marcar SÍ, NO o N.S.N.C. a la pregunta de si estoy de acuerdo con la regulación de la prostitución.



Un señor con gorra blanca grita desde la otra esquina; ha iniciado un debate con la chica que le está haciendo la encuesta y parece alterarse con una de las preguntas. Una mujer se úne a los gritos del hombre y apoyando el carro en la pared gesticula más que nadie. Me pierdo entre ellos y me veo como ellos ... no es cuestión de contestar simplemente sí o no a la regulación o abolición de la prostitución. Recupero la atención en mi encuestador que, en mi ausencia, recorre las páginas de un periódico de ámbito nacional donde se acumulan anuncios de clubs nocturnos, abiertos 24 horas, prostitutas univesitarias, expertas en griegos, mulatas .... Yo también he leído hace un rato ese mismo periódico, y una editorial, con un titular de grandes letras, apuesta por la prohibición absoluta de la prostitución... a eso, en clase me enseñaron a llamarle hipocresía. Con eso, tampoco creo que solucionemos nada.

Cuento gotas tras el cristal, y ya he perdido la cuenta.
Cuento gotas tras el cristal, y dos que huyen se cuelan dentro de mi manga. Están frías.
En casa la manta huele a su casa. El olor es tan intenso que al sumarse el olor de su café ... hoy he decidido no salir de casa.
Entre las manos me pesa un libro; me doy cuenta que viajé en un par de minutos sobrevolando las piedras del patio. Están muy frías. Las gotas de lluvia suenan y se mojan entre ellas; ahogan todos los espacios ... algunas piedras ya flotan.
Su café ya está en la mesita. Huele distinto. La lluvia hace que huela distinto. Está muy caliente.
Recupero las cuatro primeras frases de un nuevo capítulo, pero el pasar muy lento de un cielo muy gris ha remojado mi intento. Las plantas del patio lanzan el verde de su color tras el fondo gris. El verde se perfila y dibuja tres limones ... uno cae. Se moja aún más y estará muy frío.
El pequeño comedor sólo tiene vistas al patio, pero es que hoy no quiero más.

Desde la cafetería veo llover. Los coches pasan y pasan y los petaones huyen de tanta lluvia. En cinco minutos empieza la reunión. Agoto el café. Llevo el paraguas roto, los pies mojados y el pantalón húmedo; el pelo encrespado y del expediente, las puntas de la carpeta deshechas. Me cuesta mucho caminar entre charcos con los zapatos nuevos... ¡¿no había decidido quedarme en casa hoy?¡