YOUR WORLD


La luz caliente. El olor a café. El rastro que dejan sus labios. Ya no existen.
Llevo horas ante el monitor y noto que tras las paredes del salón ya huele la noche.
Mi imaginación lleva horas perdida entre naves, escaparates, edificios de color golosina, conferencias, una mejicana, dos chinos y una australiana, todos ellos virtuales ... pero a mi lado: nadie.
Siento que las piernas pesan del cansancio que da el reposo absoluto y necesito con urgencia la ducha que ventile tantos días con el mismo pijama.
No tengo más contacto con el mundo exterior que el cableado de internet, pero a pesar de ello he recorrido cuandos mundos he querido montado en aquello que me vendieron como mi segunda vida. Una vida en la que los complejos desaparecieron tras la primera conexión; escondido tras el caparazón del anonimato, tras un cuerpo atlético y siendo portador de un tono de piel rescatado de la paleta infinita de marrones que apliqué sobre mi avatar, me siento tan diferente que olvido cuantos sentimientos nefastos sentía hacia mi persona. Las relaciones "humanas" se esconden tras peinados a lo "grunch", maquillajes fluorescentes y conversaciones existenciales junto a la gran chimenea que poseo en mi mansión con vistas al mar color turquesa ...
Tras coger un par de galletas saladas del armario y un café con leche recupero la compañía del monitor extraplano y me pierdo en los ojos color violeta de Perséfone... ¿qué sabor tendrán sus labios?
Tecleen "SECOND LIFE" en Google ... lo que se prevee como nuestra segunda vida está en camino. No para de incrementar el nº de residentes y tampoco mi inquietud sobre ese nuevo espacio abierto de par en par a nuestra (tu) imaginación (infinita).

ÉL NUNCA LO HARIA


Intenté acercarme con el recelo que se merece un perro de su tamaño. Mi mano temblorosa accedió a rozarle levemente la zona superior del pecoso hocico; no hizo ningún ademán más que el reiterado movimiento de cola que me agredecía el gesto. En la Comisaría de Policía era la primera vez que veían a aquel chucho merodear entre los coches patrulla, pero era fácil descubrir la mirada triste de caricias abandonadas y de golpes que le hicieron perder el conocimiento seguramente en el margen de un camino. Tras más de dos horas de declaraciones ante los agentes salí con el pensamiento puesto en volver a encontrarlo. Aferrado a la esquina siguiente, sometido a cualquier esperanza que no fuera otra soledad, recibió, alzando su mirada sumisa, mi proximidad. El claxon de un camión despertó el instinto adquirido por una violencia humana, y convertido en huida me abandonó en aquella esquina. Me esperó nuevamente en la distancia y con un leve chasquido de dedos conseguí que nuevamente se me aproximara. Recompensé su obediencia y su mirada triste con una casa.

En cada mano Bernadette ofrecía a un cachorro. La elección fue sencilla, pues el cliente optó por el de sexo masculino. Bernadette preparó con entusiasmada tristeza la caja de bricks de leche vacía; un poco de agua para el viaje y un puñado de pienso de oferta; preguntó inisistentemente para quién era; mostró su antipatía al saber que aquel cahorro iba a ser un regalo; finalmente dio su teléfono y su dirección de correo electrónico, para mantener el contacto. Hacía días que no se llevaban a ningún perro y la casa ya no tenía más tejado para nuevas acogidas. Era Navidad. En el escaparate de la tienda de animales de la misma calle se aglomeraban padres e hijos golpeando fuertemente los cristales. Algunos cachorros se quejaban y otros conseguían dormir al otro lado del "quiero éste... no éste"... La casa de Bernadette no había tenido más que una visita ... La tienda de animales, un centenar de compras compulsivas.

Durante estos días tengo a los dos en casa. El primero, Yoko, vive desde que lo recogí de la Comisaría junto a un niño con minusvalía física;hoy Raul está en el hospital y reía al escuchar las aventuras de Yoko al otro lado del teléfono. Homer, lleva siete años en casa.

Dicen que tengo una sensibilidad especial por los animales. No es eso.

CON NOMBRE PROPIO

Dejó la pipa en el lugar de siempre.
Hacía días que el calor había entusiasmado sus mañanas; durante los cinco próximos meses no sentiría como el frío hurta sus manos, sus pies, su nariz,... los atardeceres también resultaban agradables encima del andamio, allí le gustaba respirar cuanto lanzaban las alturas. No vio en el espejo sus ojeras tan marcadas, y los restos del sol en su piel ya frotaban el verde de sus tristes ojos; el pelo encrespado le regaló una tregua cuando escuchó al otro lado de la ventana soplar la tramontana. Salió de casa.
La calle estaba desierta y las aceras olían a los primeros cigarrillos fumados por los compañeros. Amontonados en la esquina, pisando las colillas, le saludaron y le pidieron una ocurrencia que les despertara la primera carcajada.
Hoy tenía trabajo en el tejado y dio las instrucciones al gruísta sobre el material que debía cargar cuando llegara el camión. Desde allí vio como Pedro se resbalaba un par de veces en el tercer piso y como tres herramientas se perdían en su caída al vacío hasta dar con el suelo del patio de luces; suspiró al comprobar que Antonio no se encontraba en aquel patio.
Anotó con el lápiz de carpintero las horas de Manuel y calculó su sueldo ilegal. Le había pedido unas horas más para el próximo verano y aunque ya había demasiados trabajadores pensaba contratarlo unos meses más; Manuel tenía tres hijas y a su cargo también sus padres; apenas llegaban a fin de mes.
El gruísta cargó un montón de tablones y él le indicó que rotara hasta colocarlos a un lado del tejado. El viento le trajo un par de piropos que lanzó a alguien Pedro; se inclinó y vio a María pasar. Él la cortejó más que nadie y sonrió cuando María le envió un tímido saludo surgido del rojo de sus mejillas.
Se acercaba el mediodía y con él el aperitivo con los compañeros. Hacía calor y el casco empezaba a molestarle; continuó levantando el pequeño muro en el límite del tejado. Detrás de él, el gruísta continuaba cargando tablones, otra vez por el centro del tejado.
En la espalda, Paco, sentía el sudor expuesto a más sol. Acabaría el muro por la tarde.
El golpe fue uno, fuerte, suficiente para lanzarlo al vacío de una calle. Los vecinos avisaron a María. El gruísta salió corriendo calle abajo, sin mirar atrás. Le bastó bajar a la calle y ver cómo los compañeros rodeaban a Paco. Le bastó mirar de reojo el edificio para comprobar que aún no se habían colocado las redes que se habían pedido.

María recogió de la mano de la enfermera el reloj, la cadena y el anillo de Paco. La pipa continúa, sin utilizar, en el lugar de siempre.

En el año 1979 a la prevención de riesgos laborales aún le faltaba mucho camino para formar parte de la filosofía de empresa y escaseaban las medidas que integraran dicha prevención dentro de la propia empresa. Hoy, creo que aún faltan conciencia, responsabilidad, control, sanciones, ayudas, ... menos huérfanos para acabar con los accidentes laborales.