Lo que da de si una frase de Joaquín Sabina...


Quedan dos horas. Y aún tengo la maleta vacía, dos camisas sin planchar, la ropa interior amontanada, no ordenada por colores, el ipod sin ninguna canción de Chambao, y no encuentro el cargador del móvil. Cuando entré a comprarme el café con leche y el donut "especial de la semana" en el Dunkin ya sabía que no llegaría ... lo sabía. Esperando mi turno gesticulé, suspiré, tosí, pero no conseguí que la dependienta llenara aquella caja de seis en menos de cinco minutos. Al salir, con el donut en la boca, café con leche en mano, un taxi libre paró en el semáforo. Y las calles, por Dios, las calles para llegar a casa, para no variar cuando tienes mucha prisa, se retorcieron, se alargaron, una se dividió por 0,1 ... y entonces comprobé que ya era imposible llegar.
Me voy sin camisas y sin cargador y con una mancha enorme de chocolate blanco del dichoso donut en el vestido color pistacho que estrené esta mañana. Vuelve el mismo taxista y vuelvo a confiar en su maldita suerte. Que vuelve a ser maldita, aunque menos. Maldito camión. Maldito coche eléctrico. Maldita bici. Maldita pelota seguida de niños. Cuando intuyo la sombra de la estación ... PARE! ME BAJO AQUI! Y le doy veinte euros, no espero las escasas monedas de céntimo que me devuelve.
Corro pero que muy rápido, un perro me ladra y me da un susto que me desboca el corazón. Con la taquicardia agarrada al pecho llego al andén y suelto la maleta. Por fin. 1', 59", 58" ... marca el letrero colgado del techo.

Y me acuerdo de él. Desesperadamente me acuerdo de él. Me falta el aire, cuando me acuerdo de él. Me vuelven las taquicardias, multiplicadas, aglutinadas en un pedacito de pecho, cuando me acuerdo de él. Y me enamoro. Suspiro. Reviento.

Y busco el móvil. En un bolsillo y otro de la gabardina, pero lo localizo en el bolsillo exterior de la maleta. Pegado a la servilleta del "Dunkin". Dulce.

Le llamo ... 10", 9", 8" marca el letrero colgado del techo. Y un politono hortera me recuerda que estoy a punto de quedarme sin batería. Prometí no llamarle, no hacerme la pesada, pero me supera simplemente acordarme de él. Y cuando descuelga el teléfono, cuando pasarán más de tres meses antes de que le vuelva a ver, cuando las difíciles conexiones me impidan hablar con él durante semanas, apaga mi voz el silbido del tren. Que nos separa. Hasta mi vuelta.