CON NOMBRE PROPIO

Dejó la pipa en el lugar de siempre.
Hacía días que el calor había entusiasmado sus mañanas; durante los cinco próximos meses no sentiría como el frío hurta sus manos, sus pies, su nariz,... los atardeceres también resultaban agradables encima del andamio, allí le gustaba respirar cuanto lanzaban las alturas. No vio en el espejo sus ojeras tan marcadas, y los restos del sol en su piel ya frotaban el verde de sus tristes ojos; el pelo encrespado le regaló una tregua cuando escuchó al otro lado de la ventana soplar la tramontana. Salió de casa.
La calle estaba desierta y las aceras olían a los primeros cigarrillos fumados por los compañeros. Amontonados en la esquina, pisando las colillas, le saludaron y le pidieron una ocurrencia que les despertara la primera carcajada.
Hoy tenía trabajo en el tejado y dio las instrucciones al gruísta sobre el material que debía cargar cuando llegara el camión. Desde allí vio como Pedro se resbalaba un par de veces en el tercer piso y como tres herramientas se perdían en su caída al vacío hasta dar con el suelo del patio de luces; suspiró al comprobar que Antonio no se encontraba en aquel patio.
Anotó con el lápiz de carpintero las horas de Manuel y calculó su sueldo ilegal. Le había pedido unas horas más para el próximo verano y aunque ya había demasiados trabajadores pensaba contratarlo unos meses más; Manuel tenía tres hijas y a su cargo también sus padres; apenas llegaban a fin de mes.
El gruísta cargó un montón de tablones y él le indicó que rotara hasta colocarlos a un lado del tejado. El viento le trajo un par de piropos que lanzó a alguien Pedro; se inclinó y vio a María pasar. Él la cortejó más que nadie y sonrió cuando María le envió un tímido saludo surgido del rojo de sus mejillas.
Se acercaba el mediodía y con él el aperitivo con los compañeros. Hacía calor y el casco empezaba a molestarle; continuó levantando el pequeño muro en el límite del tejado. Detrás de él, el gruísta continuaba cargando tablones, otra vez por el centro del tejado.
En la espalda, Paco, sentía el sudor expuesto a más sol. Acabaría el muro por la tarde.
El golpe fue uno, fuerte, suficiente para lanzarlo al vacío de una calle. Los vecinos avisaron a María. El gruísta salió corriendo calle abajo, sin mirar atrás. Le bastó bajar a la calle y ver cómo los compañeros rodeaban a Paco. Le bastó mirar de reojo el edificio para comprobar que aún no se habían colocado las redes que se habían pedido.

María recogió de la mano de la enfermera el reloj, la cadena y el anillo de Paco. La pipa continúa, sin utilizar, en el lugar de siempre.

En el año 1979 a la prevención de riesgos laborales aún le faltaba mucho camino para formar parte de la filosofía de empresa y escaseaban las medidas que integraran dicha prevención dentro de la propia empresa. Hoy, creo que aún faltan conciencia, responsabilidad, control, sanciones, ayudas, ... menos huérfanos para acabar con los accidentes laborales.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Es triste comprobar que casi treinta años después pueda parecernos una historia cotidiana.
El relato... simplemente genial; seguro que Paco estaría muy orgulloso de lo que escribes y de cómo lo escribes.
No pares de escribir nunca.

Anónimo dijo...

Es duro pensar cómo una décima de segundo puede cambiar la vida de varias personas unidas por un mismo sentimiento.

Un abrazo.

Clarice Baricco dijo...

Triste realidad.
En un suspiro se va la vida.

Abrazos...

Anónimo dijo...

Por difícil que sea, de cada momento adverso debemos de poder extraer una moraleja positiva.

Los compañeros de profesión de Paco, parece que poca moraleja entendieron.

Sus huerfanos entendieron perfectamente que ellos debian de luchar con orgullo por cumplir con los valores y deseos de Paco..

Besotes

Anónimo dijo...

Se fue pero quizá dejó dos hijas maravillosas que lo han hecho inmortal. Quizá alguna de ellas escribirá su historia y el resto la escucharemos absortos y le haremos saber que sigue vivo en ellas.

Un beso muy grande desde Sant Quirze.

Anónimo dijo...

Muchos momentos he vuelto a vivir en un solo instante. He llorado, de hecho lo estoy haciendo, pero me hace feliz recordarlos a tu lado, a vuestro lado.
Un besote.
Mama

Anónimo dijo...

Com a empresari d'hostaleria, estic pagant unes assegurances de riscos laborals, per la meva opinió un tant cares per la poca probabilitat d'accidents que puguin tenir els meus treballadors. Però, sí que en el cas d'aquesta gent que fa treballs perillorosos com en Paco, s'hauríen de ben pagar amb meticulositat, per tal de que les famílies estiguin protegides econòmicament. L'assumpte més important però és la prevenció que, encara avui, per aquesta gent resulta molt insuficient. També, s'hauria de reflectir la perillositat en les nòmines, que considero que no estan equiparades.
Bé, això tocaria doncs als polítics (Donaire!) de posar els colzes sobre aquests estudis per dictar un paràmetres legals més justos. Encara hi han molts de buits legals per arreglar, per fer una societat més igual i de més benestar. En matéria de legislació turística et podria citar algunes qüestions que he observat, per exemple.
Ah, i no t'amoïnis per la nostra situació. Tu fes la teva feina. Potser el temps arregla les coses entre nosaltres i, si no, igualment hem de sobreviure i tirar endavant per força. La vida segueix, malgrat els accidents i els problemes, i hem de viure el present com si fos l’últim dia de la nostra vida per tal d’assaborir-lo amb més intensitat i no deixar passar el temps en va.