Yo, a media luz.
Cuando las últimas sombras aparecen tras la puerta, ella cierra los ojos para engullirlas con el pestañear. Tras el último cerrar de ojos, duerme rendida. La luz continúa tendida del techo, durante toda la noche. Si se apagara la luz una sola noche la buscaría a tientas, perdida en la negrura de su fobia, y sabría llegar a la estantería donde guarda siempre más de dos linternas, con pilas renovadas, una vela perfumada y una caja de cerillas.
Ella, siempre con la luz encendida.
Cuando cierra los ojos ya hace varios minutos que el interruptor está en posición "off". La oscuridad tiñe la habitación. No conciliaria una velada con su sueño si tan siquiera hubiera un minúsculo rayo de luz agazapado tras la bombilla. Al despertar notaría que la noche no ha sido más que el tránsito inmediato a la futura mañana: cansados su sueño, su cuerpo y su mente.
Él, siempre con la luz apagada.
¿Qué nos lleva a tener la necesidad de apagar o encender la luz cuando nos vamos a dormir? (no valen por respuestas: un exceso de consumo de electricidad, ecologismo). ¿De dónde parte la necesidad de permanecer escondido en la oscuridad más profunda; o, en un juego de sombras; o, colgado de la intensidad de la luz?