RAÚL
La Justicia hoy se me antoja muy lejana.
He tecleado durante infinitas horas la oposición al Recurso interpuesto por el médico demandado contra la sentencia que nos dio la razón, que dio la razón a Raúl. Han vuelto a pasar por el peaje de mi memoria cuantos momentos ya pasé hace aproximadamente tres años cuando, tras muchas semanas preparando el Recurso de Apelación, nos llegó por fax la sentencia que satisfacía absolutamente todas nuestras pretensiones. La satisfacción nos fundió en múltiples abrazos y las lágrimas que me cuesta tanto contener (y que algunos y otros ya conocen) no se hicieron esperar.
Durante estos últimos días cada parada, momentánea de segundos, tras el párrafo escrito era la que mi mente me suplicaba, pues ya contaba con la amenaza palpable del pecipitarse al vacío la emoción, la impotencia y las interminables sonrisas de los ocho años de Raúl. Han sido los momentos en los que sentada en mi resposabilidad he vomitado en un papel cuantos corazones e impotencias me crujían en el pecho intentando transmitir tras un fondo blanco perfilado de letras negras que las negligencias médicas (por acción u omisión), como en cualquier otra profesión, deben encontrar la oportuna respuesta de la Justicia.
He tecleado durante infinitas horas la oposición al Recurso interpuesto por el médico demandado contra la sentencia que nos dio la razón, que dio la razón a Raúl. Han vuelto a pasar por el peaje de mi memoria cuantos momentos ya pasé hace aproximadamente tres años cuando, tras muchas semanas preparando el Recurso de Apelación, nos llegó por fax la sentencia que satisfacía absolutamente todas nuestras pretensiones. La satisfacción nos fundió en múltiples abrazos y las lágrimas que me cuesta tanto contener (y que algunos y otros ya conocen) no se hicieron esperar.
Durante estos últimos días cada parada, momentánea de segundos, tras el párrafo escrito era la que mi mente me suplicaba, pues ya contaba con la amenaza palpable del pecipitarse al vacío la emoción, la impotencia y las interminables sonrisas de los ocho años de Raúl. Han sido los momentos en los que sentada en mi resposabilidad he vomitado en un papel cuantos corazones e impotencias me crujían en el pecho intentando transmitir tras un fondo blanco perfilado de letras negras que las negligencias médicas (por acción u omisión), como en cualquier otra profesión, deben encontrar la oportuna respuesta de la Justicia.
El día 28.10.1998 nació Raúl. Tras prácticamente 35 semanas de gestación el ginecólogo que realizaba el seguimiento del embarazo se aproximó a la camilla y comentó a los padres que aquella situación se le había ido de las manos; nunca más apareció por el Hospital. Raúl nació afectado de espina bífida, sin que se hubiera detectado dicha malformación dentro de los plazos legalmente establecidos para una posible interrupción del embarazo, al no haber prescrito el médico-ginecólogo cuantas pruebas obligan realizar en cualquier embarazo los Protocolos de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia. Hoy, tras ocho años, reivindico nuevamente el reconcimiento del derecho que ella tenía a obtener toda la informaicón sobre el estado del feto y tras su conocimiento, el derecho a optar sobre la continuación o no del embarazo. La privación de ese derecho de información / de ese derecho a optar, tiene hoy unos efectos de los que el médico debe responder. En caso alguno, jamás, y al margen de toda convicción moral o social, una actuación médica negligente debe quedar impune.
Resulta curioso que tras haberse estimado nuestras peticiones y tras haber abonado la compañía de seguros del médico-ginecólogo la indemnización acordada, se recurra la sentencia esgrimiendo tantos argumentos que va perdiendo parte de la dignidad en todos ellos. Cada profesional debe responder de sus errores, y más aún cuando fueron admitidos, de viva voz, aquel día en el que el nacimiento me sacó de clase ... y nos hizo llorar tras los cristales de la incubadora, y también cuando pasaban las horas y no sabíamos qué sucedía en el quirófano, y cuando seguimos a gran velocidad la ambulancia que llevaba al bebé durante más de 90 kms para ser hospitalizado, y cuando la madre estaba en una planta de maternidad y no había visto a su hijo sin la prohibición absoluta de levantar las sábanas que le tapaban, y cuando han hospitalizado tantas veces a Raúl, y cuando no puede caminar, y cuando en ocasiones se siente tan diferente...
Creo que en todos los procedimientos, de una u otra forma, me dejo abordar por los sentimientos, pero sería absurdo y mentiría si dijera que en todos con la misma intensidad. En algunos, caigo rendida ante ellos. Con esos atracones de sensaciones varias, me forjo la tensión que me mantiene despierta, e inagotable, me dejo las pestañas tras la defensa de mi postura. Tras los argumentos jurídicos siempre está el argumento de lo humano que debe atenderse, siempre, sin excepción.
2 comentarios:
Es cierto lo que dices...creo que hay que preguntarse si es justo o no el recurso o la dilación de los procedimientos...hay cosas que no se pueden defender,ni reclamar y hay que saber diferenciarlas claramente...el primer criterio pueda ser el humano al que aludes...el resto son ganas de...ya usted me entiende
besos
En este mundo existe un interés sin nombre, o al menos no logro encontrarle un nombre, que hace que ciertas actuaciones sean un sin sentido ... Cuando las cosas son lo que son, sin duda alguna, no logro entender ciertas posiciones.
Un saludo
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