Lo que da de si una frase de Joaquín Sabina...


Quedan dos horas. Y aún tengo la maleta vacía, dos camisas sin planchar, la ropa interior amontanada, no ordenada por colores, el ipod sin ninguna canción de Chambao, y no encuentro el cargador del móvil. Cuando entré a comprarme el café con leche y el donut "especial de la semana" en el Dunkin ya sabía que no llegaría ... lo sabía. Esperando mi turno gesticulé, suspiré, tosí, pero no conseguí que la dependienta llenara aquella caja de seis en menos de cinco minutos. Al salir, con el donut en la boca, café con leche en mano, un taxi libre paró en el semáforo. Y las calles, por Dios, las calles para llegar a casa, para no variar cuando tienes mucha prisa, se retorcieron, se alargaron, una se dividió por 0,1 ... y entonces comprobé que ya era imposible llegar.
Me voy sin camisas y sin cargador y con una mancha enorme de chocolate blanco del dichoso donut en el vestido color pistacho que estrené esta mañana. Vuelve el mismo taxista y vuelvo a confiar en su maldita suerte. Que vuelve a ser maldita, aunque menos. Maldito camión. Maldito coche eléctrico. Maldita bici. Maldita pelota seguida de niños. Cuando intuyo la sombra de la estación ... PARE! ME BAJO AQUI! Y le doy veinte euros, no espero las escasas monedas de céntimo que me devuelve.
Corro pero que muy rápido, un perro me ladra y me da un susto que me desboca el corazón. Con la taquicardia agarrada al pecho llego al andén y suelto la maleta. Por fin. 1', 59", 58" ... marca el letrero colgado del techo.

Y me acuerdo de él. Desesperadamente me acuerdo de él. Me falta el aire, cuando me acuerdo de él. Me vuelven las taquicardias, multiplicadas, aglutinadas en un pedacito de pecho, cuando me acuerdo de él. Y me enamoro. Suspiro. Reviento.

Y busco el móvil. En un bolsillo y otro de la gabardina, pero lo localizo en el bolsillo exterior de la maleta. Pegado a la servilleta del "Dunkin". Dulce.

Le llamo ... 10", 9", 8" marca el letrero colgado del techo. Y un politono hortera me recuerda que estoy a punto de quedarme sin batería. Prometí no llamarle, no hacerme la pesada, pero me supera simplemente acordarme de él. Y cuando descuelga el teléfono, cuando pasarán más de tres meses antes de que le vuelva a ver, cuando las difíciles conexiones me impidan hablar con él durante semanas, apaga mi voz el silbido del tren. Que nos separa. Hasta mi vuelta.


Recuerdo la primera vez que visité una prisión. Como otras tantas veces me sentí perdida, pequeña, atacada de novedad y desconocimiento. En el locutorio hacía frío, mucho frío y tuve que esperar más de diez minutos mientras oía los altavoces repetir los nombres de mis clientes.

En el locutorio de Abogados sólo había una mesa arrinconada y una silla verde, raída y sucia. En la pared un único cuadro. Un hombre y una mujer abrazados, deseando convertirse en inseperables tras aquellas grandes pinceladas. No sé ni su autor ni su título pero siempre he pensado que era una metáfora de la libertad ... teniendo en cuenta mis escasos conocimientos sobre pintura, seguramente estaré equivocada ...pero a mi me cautivó así, dándole ese sentido; también cuando las miradas de P. se desviaban a ratos de mis palabras y susurraban recorriendo el contorno de la pareja de enamorados.
Cuando el locutorio de Abogados está ocupado por otro compañero solicito al funcionario de prisiones poder utilizar uno de los locutorios destinados a visitas de familiares. Estos locutorios, a pesar de ser independientes, están separados por paredes de cristal, hecho que permite que pueda ver las entradas y salidas de familiares, y sin yo pretenderlo mi imaginación se acelera, rompiendo rejas, techos y paredes. Imagino vidas. Tantas como presos. La paupérrima insonorización de los locutorios me permite escuchar, a pesar de que no quiera ... aunque a veces quiera.

El otro día tuve la oportunidad de estar en uno de esos locutorios. Justo en el de al lado había una mujer mayor vestida de traje azul marino. Bien y recién peinada. Con unas enormes gafas de pasta disimulaba unas enormes ojeras y unos enormes ojos azules que de tanto lamento se habían convertido en eternamente tristes; perdidos y desenfocados viendo a su hijo al otro lado del lado del cristal.
La comunicación en esos locutorios es difícil, a través de una especie de interfono que en la mayoría de las ocasiones falla y hace que tengamos que gritarnos, como si en vez de hablar estuviéramos discutiendo. La mujer gritaba, gritaba mucho y se resitía a entender que su hijo pudiera estar allí encerrado, y allí ella ... sin ni tan siquiera poder tocarlo. Ella no escuchaba cuanto le decía su hijo. Le gritaba que comiera, que estaba muy delgado. ¿Y las medicinas? ¿Te las sigues tomando? ¿La metadona te sigue sentando tan mal? y, ¡aféitate! ¡aféitate! Si tu padre te viera.... La niña mejor que no venga a verte ... es demasiado pequeña.


A través del cristal, gritándose historias, madres, hijos, novias, un cuadro de enamorados, todo viejo, mucho frío, ruidos de rejas, que se abren y se cierran, ...donde la libertad tiene más significado que en ningún otro sitio.

PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII ¡FALTA!


¿A qué huelen los Juzgados?. ¿A qué huelen los expedientes que se amontonan, como olvidados, en la mesa del funcionario encargado de la tramitación de los juicios de faltas?. ¿A qué huele el hombre que, extraordinariamente alterado, reproduce una discusión con el vecino?. ¿A qué huele el agente judicial que intenta calmar al hombre incendiado?. ¿A qué huele cuando el agente se da por vencido y concluye, cuando da un repaso a su experiencia, que es misión inútil calmar al hombre?. ¿A qué huele todo ese ambiente?.

Huele a crispación, a odio, a arrebato, a rencor sostenido en el mismo límite de las entrañas, a olvido de la palabra "perdón", a tener en la flor de la piel tatuada la palabra "ofensa" ... a mucho tiempo libre.

Pero el hombre quiere poner denuncia y el funcionario está obligado a recogérsela. Y aparta el montón de expedientes que llevan más de dos semanas parados. De un extremo de la mesa, a la estantería que tiene detrás. Y de la estantería, a hacer equilibrios encima de la impresora. Y de encima de la impresora, a la mesa del compañero que está de vacaciones. Y de la mesa del compañero hoy vuelven, inalterados, a su mesa...tan dispuesto que estaba él a tramitarlos todos hoy, de una vez por todas...

Pero el hombre insiste en poner denuncia, y el funcionario está obligado a recogérsela.

Y el hombre explica muy rápido que ha llegado a casa, ... y el vecino, que le ha mirado muy mal, le ha rozado con la caja de herramientas ..."Un poco más despacio, que tengo que recoger exactamente sus palabras ..." - suelta el funcionario, contenido, reprimido, muerto de ira intuyendo lo absurdo de la denuncia...

Pues eso, que me ha rozado con la caja de herramientas y me ha mirado desafiante...y claro, he tenido que defenderme ...y le he dicho que a mí no me tiene que mirar así... y él me ha levantado la mano, con la intención de agredirme...y entonces le he dicho ... aquí le traigo el informe médico ... "Informe médico ...¿de qué? ¿de una rozadura?" - mastica y engulle el funcionario ...."Y en aras a acreditar cuanto se ha expuesto, el denunciante aporta informe médico expedido en el día de la fecha" - teclea el funcionario. "¿Y nada más?".
Bueno - vuelve a empezar - es que esto viene ya de lejos, sabe usté, de una vez que acusaron a mi hijo de robar una moto vieja que mi vecino tenía ... ya sabe, cosa de chiquillos ... y - acaba - de que dicen que su mujer bebe los vientos por mí.

El funcionario imprime la denuncia. Se la da al hombre para que la lea y, si está de acuerdo, que la firme. El hombre pregunta si tardará mucho en salir el juicio. El funcionario constesta que ya le avisarán para ir al médico forense y que luego recibiría la citación para juicio; unos dos meses, como mucho.

Y el funcionario abre nueva carpeta, acompaña la denuncia e incoa el oportuno expediente. Suspira cansado, y lo coloca debajo del montón de expedientes que tiene por tramitar.

Y mientras, el hombre cruza el Juzgado, con la cabeza bien alta ... por fin se va a hacer Justicia.

EL HOMBRE DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Había una vez ... en este mundo de las grandes cosas ... en un tiempo que se asoma cercano y lejano a la vez ... un hombre que se enamoraba perdidamente de las pequeñas cosas. Sólo uno. Sólo él.

El café en taza pequeña. Solo. Sin azúcar. Poco café. Justo, justito, un par de dedos. Crema. Siempre con un poco de crema; que al zarandear lentamente la inmaculada tacita blanca se deposite la perfumada crema en sus laterales, sin desprenderse, allí reposada. Después se saborea el café; y se acaba viendo aún los restos aromáticos de crema en el fondo; no hay que olvidar la compañía, siempre la única y mejor compañía. El hombre de las pequeñas cosas siempre escogía su mejor compañía.

Las mañanas le olían, al hombre de las pequeñas cosas, a la salada brisa del mar; le sonaban al pasar de las gaviotas sobre su privilegiado torreón asomado a la ciudad; y acompañaba sus mañanas, en un instante escogido a medias con ella, con el aroma de un buen café. Solo. Poco café. Justito un par de dedos. Allí adonde fuera, cuando salía de su ciudad, buscaba el sitio idóneo para compartir un café, en taza pequeña, con ella. Cogida de su brazo, ella, siempre ella. Él no necesitaba más. Y ella afirma que tampoco; nada más que su brazo. El tacto de su brazo. Hoy, ya perdido, ... y llora, escondida en el recuerdo de sus manos.

Y ese café sencillo, en el fondo, era uno de los reflejos del hombre de las pequeñas cosas, porque con él se aseguraba la felicidad en ese mismo instante, sin pedir ni necesitar nada más. Los dos, sentados, juntos, en la cafetería, leyendo un periódico, acariciándose discretamente, amándose resguardados de todos y del pasar de los días. El hombre de las pequeñas cosas recordaba los cafés que había disfrutado en paradores, junto a ella, muchos años atrás, felices los dos esperando el futuro venir.


Ese hombre aborda este relato, lo invade sin que pueda controlar las letras, porque en estos días agota todos mis pensamientos y las lágrimas anudadas en la garganta, y no puedo parar de recordar como atravesó prácticamente quince años de mi vida, enseñándome a amar tantas pequeñas cosas; porque, decía, nos dan la felicidad; nos deleitan, y entonces ya no queremos nada más. ¿Para qué algo más? Si con ellas lo atrapas todo. Lo tienes todo.
Y entonces ... sus ojos eran incapaces de decir otra cosa. Hoy, sus ojos en las fotografías, son incapaces de decirme otra cosa.



MI ADIOS

Techos altos, muy altos ... y un pasillo. Camina despacio arrastrando cada paso, como copian José Antonio, Javier y Juanje. Los brazos reposan, caídos, y habla y habla, de lejos, sin que Mari entienda nada. Le busco de repente ... pero en este instante no le encuentro. Tampoco al siguiente instante. Ni tampoco mañana.

Volábamos alto, muy alto, Jorge y yo. Por encima de las nubes. Por encima de todos. Por encima de Juan. Volábamos rápido, muy rápido, Jorge y yo, desde otro país. Más rápido que nadie, seguro. Pero Juan fue más rápido, demasiado rapido, y nos venció. Y se colocó muy alto, por encima de nosotros.

Conscientes, aturdidos, desencajados, cansados, impotentes, queriéndonos, dormidos, abrazados, tristes...tan tristes... llegamos al hospital, y en él no quedaba ya consuelo ni verdes esperanzas, sólo infintos lamentos que clavaron nuestros pies aún más en el suelo, fijos, casi enterrados.

Y nos dijeron que Juan nos adelantó en el cielo, a Jorge y a mí, sin que nos diéramos cuenta. Y nos dijeron que se hizo paso entre las nubes, acariciando el avión, ... y no nos dimos cuenta. Se colocó por encima de nosotros, y allí colgado, etéreo, sonrió en silencio, un poco más tarde, al vernos a todos juntos, y lloró, como todo y buen sentimental, al ver a su Mari rota de pena, de tanto llorar. Y lloró también al escuchar, esa tarde, palabras nuevas de Jorge, el hijo que lamentaba no haber dicho a su padre cuánto le quería. Y entonces sé que Juan descendió y bailó emocionado a su alrededor cuando su hijo decidió regalarle palabras a gritos, aferrado a su mano, necesitado de su mano y de su compañía, ya por todas las mañanas que amanecerían. Y Juan se fue, a las 21.18 horas del pasado 1 de septiembre, sin parar de bailar, contemplando como Jorge restaba incrédulo, al borde de aquella camilla, preguntándose porqué no había visto a su padre pasar, si él volaba ... volaba, más rápido y más alto que nadie.


Papá, se que cuidarás de él ... y de todos nosotros.




Si pudiera, escogería no escuchar a Javier ni a Isabel.

Si pudiera no escuchar, ya habrían empezado mis vacaciones.

Si hubieran empezado mis vacaciones ... no escogería llevar el coche a reparar.

Si no escojo llevar el coche a reparar... lo dejo aparcado, el coche, hasta el mes de septiembre.

Si el coche está aparcado, nadaría hasta la línea del horizonte, y flotaría ... estirados pies y manos.

Si floto en el horizonte, volveré todas las noches.

Si vuelvo ... te daré el aparecer de las sombras, y de las brisas ... todas las noches de este verano.

EL HABITANTE


Las persianas permanecen cerradas. Ni suben hoy, ni bajarán mañana. No veo la luz que debe iluminar el interior.

Con toda seguridad su habitante me mira desde no adivino qué lugar, disfrazado de una palidez extrema y buscando en su oscuridad, junto a mi imagen, el olor a menta fresca que desprende su jardín. Dejo atrás aquella casa. Hasta mañana.

Me gusta que el sol de los viernes me acompañe en el trayecto. De repente la gran sombra que reposa ante mi vuelve a imantar mi curiosidad.

El habitante intuirá que me encuentro nuevamente y como cada día allí. Y las ranuras de la persiana le atraerán hasta mi mirada. Entablamos nuestra primera conversación cuando distingo por primera vez perfectamente su silueta enjutada, enlutada y lenta tras la persiana sin cristales: no puedo ridiculizar mi presencia ocultándome tras el muro y, en un vaivén de cabeza. le arrojo un saludo afónico; él lo ha recogido, y me contesta alzando los cinco dedos de la mano. Hasta luego.

Luego es un atardecer colorado en el cielo y la casa ya ha perdido su sombra. Huele a flores y a humedad del riego. Me lanzo furtiva tras una mirada y vuelvo para mirar al frente. No acierto, porque me ha descubierto. Ante los grandes escalones de la entrada aspira y expira el habitante, cosido a un entramado de tubos y a una botella de oxígeno que le retrasa los pasos. Vuelve a levantar los cinco dedos de la mano. Hasta el lunes.

Y el lunes me prometo no mirar, pero mi curiosidad rompe el proyecto. La casa huele a mañana y en ella juegan divertidas ráfagas de aire. Hasta luego. Hasta mañana .... Hasta el lunes.

Mañana no tiene sol. Y la casa ya no tiene sombra. Las persianas bajadas y sin ranuras son las que dialogan con mi descaro. Y ya no huele la menta. Luego, todo permanece aún cerrado. Y en el portal, mañana, ya no escucharé al habitante. La casa envejece abandonada. El habitante, con seguridad, vuela libre de toda soledad por siempre jamás.




Alguien dijo una vez que eso de los memes no era más que una pérdida de confianza en la inspiración que de vez en cuando roza a un blogger. Otro alguien dijo, en un arranque de sinceridad, que llegado a un punto ya le hastiaba ser nuevamente partícipe de una de estas cadenas bloggeras. Este otro alguien hoy me pide que no le falle, y me envía un meme, y pa que no me plante en el próximo concierto de Chambao, y seguramente, simplemente pa no fallarle, cederé a sus muy loables ecológicas pretensiones.

Yo propongo proponerme y proponerles olvidar de vez en cuando las llaves del coche en las múltiples ocasiones en las que es absolutamente innecesario su uso, y también proponer a alcaldes y regidores, una ciudad sin tráfico, principalmente en el centro. Caminad hasta el trabajo, hasta el mercado, hasta el colegio, hasta casa de un amigo, hasta el restaurante, hasta casa de tu abuelo,... Se puede saber a quién narices le gusta ver, oler y oir coches amontonados a las salidas de los colegios, en las panaderías, en el centro de las ciudades los días festivos rifándose un párquing, en la "zona peatonal" que perdió el nombre el mismo día de su bautizo, en las paradas del bus, en casi la arena de la playa, encima de las aceras,...

SOLUCIONES IMPOSIBLES


El cigarrillo se consumía en el límite de los labios de mi abuelo. Sin retirarle la mirada al profesor, ya intuyó que solución imposible era la respuesta al problema planteado. Quiso efectuar menos de cuatro anotaciones y de la cartera extrajo papel de fumar y un minúsculo lápiz afilado con navaja.

Tras una breve anotación afirmó con seguridad que no había solución, que jamás podría resolverse.
El profesor no había apartado su mirada de Antonio y en el breve espacio de tiempo en el que hacía aquellos cuatro cálculos, observó sus albarcas hechas de neumático y ligadas con cortantes cuerdas, los lavados de sus pantalones y los descosidos de su camisa, las erosiones de sus manos y la reseca piel del rostro, arrasada, desde hacía tiempo ya, por el sol que ahogaba de calor los olivares. Aquel joven se apoyaba en un pequeño pilar de tres caños, junto a su hoz y un sombrero de paja de ancha ala. El profesor sabía que hoy tampoco había comido más que ayer, pero intuía en la impaciencia con la que respondía los problemas que en aquel instante olvidaba, tras sus cuentas, el volver a la caseta y los llantos de su madre olvidados en un rincón por la muerte de sus hermanos gemelos, en el margen de aquella carretera.

Antonio prácticamene no tenía formación alguna pero era capaz de adivinar y razonar sus respuestas. Tras cortas clases logró sorprender a su mismo profesor. Tras la dureza del hambre, tras espigas y ramas de olivo, tras la pura necesidad, sin horarios de clase y sin asignaturas que repasar, Antonio se estremecía entre los múltiples cálculos que el profesor le planteba ... y hallaba soluciones, como la de aquel día ... soluciones imposibles, que el profesor convertía en metáfora en aquella tierra del Sur agazapada tras una posguerra aún cruda y cruel como ninguna.

Algún día, Antonio explicará a su nieta lo que sabía, porque los fuertes vientos del Norte robarán sin duda la rapidez de sus respuestas y también aquellas operaciones que aprendió sobre un papel de fumar ... en aquel Sur perdido de cualquier opotunidad.

ONCE MINUTOS

Ella narra que once minutos es el tiempo exacto por el que un hombre compra a una prostituta. Por tan sólo once minutos Ella vende su cuerpo, sin arrepentimiento alguno, a los deseos de cualquier hombre; y nadie sabe que los billetes doblados dentro de su sujetador pueden comprar el sueño de los noventa días que ya le restan para volver a su país.


Paulo Coelho recoge en "Once Minutos" la historia de alguien que se hizo prostituta por causalidad y, atrapada ya en la profesión, aprende de ella hasta el punto de convertirla, de la forma más frívola posible, en el medio para volver a su país. Todavía no he acabado el libro y la verdad es que, a pesar de que no me está entusiasmando en demasía, me ha hecho reflexionar como nunca sobre la prostitución, y más ahora que el debate quema las calles.



Yo puedo catalogar a la prostitución como una forma más de trato degradante hacia la mujer, pero mi argumento pierde fuerza cuando una mujer manifiesta que se siente plenamente libre y nunca vejada por vender su cuerpo. Puedo decir que la prostitución es una manifestación más de un machismo anclado en nuestra sociedad, pero debo callarme cuando veo que la prostitución masculina va en aumento en nuestro país. Puedo entender que ciertos sectores insten al Gobierno para que proceda a abolir la prostitución, pero no sé si tiene importancia que a todos nos resulta imposible imaginar la desaparición de la misma cuando voluntariamente tantas mujeres/hombres deciden ejercerla y tantos hombre/mujeres hacer uso de ella. Me pierdo en respuestas si tengo que marcar SÍ, NO o N.S.N.C. a la pregunta de si estoy de acuerdo con la regulación de la prostitución.



Un señor con gorra blanca grita desde la otra esquina; ha iniciado un debate con la chica que le está haciendo la encuesta y parece alterarse con una de las preguntas. Una mujer se úne a los gritos del hombre y apoyando el carro en la pared gesticula más que nadie. Me pierdo entre ellos y me veo como ellos ... no es cuestión de contestar simplemente sí o no a la regulación o abolición de la prostitución. Recupero la atención en mi encuestador que, en mi ausencia, recorre las páginas de un periódico de ámbito nacional donde se acumulan anuncios de clubs nocturnos, abiertos 24 horas, prostitutas univesitarias, expertas en griegos, mulatas .... Yo también he leído hace un rato ese mismo periódico, y una editorial, con un titular de grandes letras, apuesta por la prohibición absoluta de la prostitución... a eso, en clase me enseñaron a llamarle hipocresía. Con eso, tampoco creo que solucionemos nada.

Cuento gotas tras el cristal, y ya he perdido la cuenta.
Cuento gotas tras el cristal, y dos que huyen se cuelan dentro de mi manga. Están frías.
En casa la manta huele a su casa. El olor es tan intenso que al sumarse el olor de su café ... hoy he decidido no salir de casa.
Entre las manos me pesa un libro; me doy cuenta que viajé en un par de minutos sobrevolando las piedras del patio. Están muy frías. Las gotas de lluvia suenan y se mojan entre ellas; ahogan todos los espacios ... algunas piedras ya flotan.
Su café ya está en la mesita. Huele distinto. La lluvia hace que huela distinto. Está muy caliente.
Recupero las cuatro primeras frases de un nuevo capítulo, pero el pasar muy lento de un cielo muy gris ha remojado mi intento. Las plantas del patio lanzan el verde de su color tras el fondo gris. El verde se perfila y dibuja tres limones ... uno cae. Se moja aún más y estará muy frío.
El pequeño comedor sólo tiene vistas al patio, pero es que hoy no quiero más.

Desde la cafetería veo llover. Los coches pasan y pasan y los petaones huyen de tanta lluvia. En cinco minutos empieza la reunión. Agoto el café. Llevo el paraguas roto, los pies mojados y el pantalón húmedo; el pelo encrespado y del expediente, las puntas de la carpeta deshechas. Me cuesta mucho caminar entre charcos con los zapatos nuevos... ¡¿no había decidido quedarme en casa hoy?¡

DE PROFESIÓN: A VECES, MUJER


Pilar. 35 años. Transporte Internacional.
Cuando el sol se fundió en el cielo, la carretera se extendió hasta más allá del infinito, eterna, bajo las ruedas de su camión. Aún le quedaban bastantes horas para llegar a casa. En la radio enlazaban las noticias con su programa favorito, y subió el volumen. La escasa luz anaranjada de la cabina del camión le apeteció.
Cuando tres años antes había decidido dejar de repartir bollería entre los pequeños comercios de Teruel y optó por dedicarse al transporte internacional, en el barrio no llegaron a creérselo. Hoy Pilar recorre Europa al ritmo de viejos casetes y sonríe cuando Bruno le dice que no se considera machista pero que al mando de un camión mejor un hombre, y entonces su ignorancia no permite a Bruno tan sólo enumerar un motivo para su desafortunado comentario.

Inés. 29 años. Empleada de banco.
La mesa de su compañero está llena de nuevos expedientes. Y tiene tres clientes más esperando.
Inés ya ha organizado y contabilizado los recibos del día y se ofrece para pasar visitas. Los tres clientes son hombres y parece que quieren información sobre unos fondos de inversión. Los tres se vuelven cómplices con una mirada; el que parece mayor la observa en su silencio, escudriñando más allá del borde de su falda ... prefieren esperar para hablar con su compañero. Inés insiste. El hombre mayor, también insiste. En el Banco le sucede a menudo. Los clientes prefieren comentar ciertos temas con Pablo, Miquel o Robert. Cuando Inés se enfada sus compañeros ríen a carcajadas. Seguramente, le dicen, sus zapatitos de tacón color mostaza pervierten las mentes de los clientes y les hacen no atender a sus explicaciones ... Inés se encierra en el lavabo.

Claudia. 36 años. Policía.
Ha entrado en comisaría y reconoce rápidamente al denunciado observando el cartel con las fotografías de personas desaparecidas. El Abogado está pasando las hojas de un periódico y levanta la vista al verla pasar. Mientras se pone el uniforme sabe que el interrogatorio será difícil. Lleva toda la semana con el mismo asunto y al final ha conseguido localizar al denunciado. Sabe que vendrá perfectamente asesorado pues ha escogido a uno de los mejores abogados penalistas de la provincia. El Caporal ha dejado a Claudia al mando de la investigación y al colocarse la placa con el nº de identificación le tiembla el pulso; se queja al sentir el pinchazo del imperdible.
Cuando empieza el interrogatorio intenta mostrarse lo suficientemente cercana para ganar la confianza del ahora detenido, pero se paraliza cuando comprueba que el detenido se ríe, bosteza y mira con descaro el cierre de su camisa a la altura de los pechos. Tiene que repetir las preguntas más de dos veces y cuando le hace las preguntas rutinarias y, entre ellas, la de si está casado y tiene hijos, éste le devuelve la pregunta en tono desafiante ... a pesar que Claudia advierte al detenido de la seriedad e importancia de la declaración, éste mira al Abogado y le comenta en voz baja que en su país no permitirían a una mujer llevar sola un interrogatorio y que prefiere que venga un "señor policía". Claudia insiste en que no puede hablar con su Abogado durante el interrogatorio. A partir de ese momento el detenido se niega a contestar todas las preguntas. Está en su derecho.

El Abogado, al marcharse, comenta a Claudia que es una vergüenza que aún se vivan este tipo de situaciones y se infravalore el trabajo realizado por una mujer. Claudia levanta los hombros y se limita a asentir con un movimiento de cabeza. Finalmente, el Abogado, seguramente con la intención de hacerla sentir bien, le ofrece la mano y con un principio de sonrisa le dice que en realidad ha intimidado a su cliente ... ante una mujer así, raro sería poder continuar articulando palabras. Claudia piensa que la gracia ese Abogado la tiene allí donde se acaba la espalda y soltándole la mano le da los buenos días.
Claudia cierra el atestado de únicamente tres hojas; lo deja en la mesa del Caporal. En un post-it: "tengo que hablar contigo". Nuevamente, sólo Claudia, tiene que dar explicaciones sobre el comportamiento de ciertos detenidos con ella.



"No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos, que en esto está el punto de la discreción".


(Entre las recomendaciones que el hidalgo manchego incorpora a la carta dirigida a Sancho, ya gobernador de la ínsula de Barataria).

M'HAN DEDICAT UN MEME

Les excuses s'amaguen al racó de l'armari del fons de l'habitació que ningú visita més que una vegada l'any. Blanques de pols i sense empremptes d'un present llunyà les excuses ja no serveixen de res, més que per afirmar-se un mateix, imperativament, que seran les últimes excuses arraconades. Les últimes.

Porto dies sense escriure. Així és.

Però avui m'il.lusiono en escriure aquest post, part rídicula i insignificant d'una cadena memètica a la què m'he enganxat de la mà familiar d'en Don-aire.

Comencem. Consisteix en respondre, simplement.Quins nervis...

“¿Qué cosas tiene España que te animarían a irte a vivir a otro país si tuvieras la oportunidad? ¿Qué te resulta insoportable en la sociedad / sistema económico / política / cotidianidad española? ¿De qué huirías de la cultura de este país? En resumen, tres razones que te animarían a irte de España de tener la oportunidad”.

Crec que tot el que té, tot el que no té, tot el que té i no sap que té, tot el que no té i li queda tan bé no tenir... em fan no plantejar-me en cap cas, marxar.

Però ... podem dir que em crispen certs programes de televisió que paguen sumes extraordinàries a "treballadors" que no treballen; i, ... no puc amb la sensació que em desperten els manipul.ladors que aconsegueixen els seu objectiu a l'horitzó: manipul.lar; i, ... no aguanto els nostres silencis (també el meu), quan fa falta UN CRIT davant d'una injustícia.

Passo el meme ... directament a qui volti per aquí.

RAÚL

La Justicia hoy se me antoja muy lejana.

He tecleado durante infinitas horas la oposición al Recurso interpuesto por el médico demandado contra la sentencia que nos dio la razón, que dio la razón a Raúl. Han vuelto a pasar por el peaje de mi memoria cuantos momentos ya pasé hace aproximadamente tres años cuando, tras muchas semanas preparando el Recurso de Apelación, nos llegó por fax la sentencia que satisfacía absolutamente todas nuestras pretensiones. La satisfacción nos fundió en múltiples abrazos y las lágrimas que me cuesta tanto contener (y que algunos y otros ya conocen) no se hicieron esperar.

Durante estos últimos días cada parada, momentánea de segundos, tras el párrafo escrito era la que mi mente me suplicaba, pues ya contaba con la amenaza palpable del pecipitarse al vacío la emoción, la impotencia y las interminables sonrisas de los ocho años de Raúl. Han sido los momentos en los que sentada en mi resposabilidad he vomitado en un papel cuantos corazones e impotencias me crujían en el pecho intentando transmitir tras un fondo blanco perfilado de letras negras que las negligencias médicas (por acción u omisión), como en cualquier otra profesión, deben encontrar la oportuna respuesta de la Justicia.

El día 28.10.1998 nació Raúl. Tras prácticamente 35 semanas de gestación el ginecólogo que realizaba el seguimiento del embarazo se aproximó a la camilla y comentó a los padres que aquella situación se le había ido de las manos; nunca más apareció por el Hospital. Raúl nació afectado de espina bífida, sin que se hubiera detectado dicha malformación dentro de los plazos legalmente establecidos para una posible interrupción del embarazo, al no haber prescrito el médico-ginecólogo cuantas pruebas obligan realizar en cualquier embarazo los Protocolos de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia. Hoy, tras ocho años, reivindico nuevamente el reconcimiento del derecho que ella tenía a obtener toda la informaicón sobre el estado del feto y tras su conocimiento, el derecho a optar sobre la continuación o no del embarazo. La privación de ese derecho de información / de ese derecho a optar, tiene hoy unos efectos de los que el médico debe responder. En caso alguno, jamás, y al margen de toda convicción moral o social, una actuación médica negligente debe quedar impune.
Resulta curioso que tras haberse estimado nuestras peticiones y tras haber abonado la compañía de seguros del médico-ginecólogo la indemnización acordada, se recurra la sentencia esgrimiendo tantos argumentos que va perdiendo parte de la dignidad en todos ellos. Cada profesional debe responder de sus errores, y más aún cuando fueron admitidos, de viva voz, aquel día en el que el nacimiento me sacó de clase ... y nos hizo llorar tras los cristales de la incubadora, y también cuando pasaban las horas y no sabíamos qué sucedía en el quirófano, y cuando seguimos a gran velocidad la ambulancia que llevaba al bebé durante más de 90 kms para ser hospitalizado, y cuando la madre estaba en una planta de maternidad y no había visto a su hijo sin la prohibición absoluta de levantar las sábanas que le tapaban, y cuando han hospitalizado tantas veces a Raúl, y cuando no puede caminar, y cuando en ocasiones se siente tan diferente...


Creo que en todos los procedimientos, de una u otra forma, me dejo abordar por los sentimientos, pero sería absurdo y mentiría si dijera que en todos con la misma intensidad. En algunos, caigo rendida ante ellos. Con esos atracones de sensaciones varias, me forjo la tensión que me mantiene despierta, e inagotable, me dejo las pestañas tras la defensa de mi postura. Tras los argumentos jurídicos siempre está el argumento de lo humano que debe atenderse, siempre, sin excepción.

Yo, a media luz.


Cuando las últimas sombras aparecen tras la puerta, ella cierra los ojos para engullirlas con el pestañear. Tras el último cerrar de ojos, duerme rendida. La luz continúa tendida del techo, durante toda la noche. Si se apagara la luz una sola noche la buscaría a tientas, perdida en la negrura de su fobia, y sabría llegar a la estantería donde guarda siempre más de dos linternas, con pilas renovadas, una vela perfumada y una caja de cerillas.
Ella, siempre con la luz encendida.


Cuando cierra los ojos ya hace varios minutos que el interruptor está en posición "off". La oscuridad tiñe la habitación. No conciliaria una velada con su sueño si tan siquiera hubiera un minúsculo rayo de luz agazapado tras la bombilla. Al despertar notaría que la noche no ha sido más que el tránsito inmediato a la futura mañana: cansados su sueño, su cuerpo y su mente.
Él, siempre con la luz apagada.


¿Qué nos lleva a tener la necesidad de apagar o encender la luz cuando nos vamos a dormir? (no valen por respuestas: un exceso de consumo de electricidad, ecologismo). ¿De dónde parte la necesidad de permanecer escondido en la oscuridad más profunda; o, en un juego de sombras; o, colgado de la intensidad de la luz?

EN MI NOMBRE, SÍ


Cuando abrió los ojos aún sentía el estallido en las sienes. Ni piernas, ni brazos ... únicamente tenía sienes. No sabía que la metralla le había vencido en una carrera contrarreloj y que la humedad del suelo sería su última caricia. No entendía. No lograba recomponer ni tan siquiera su vida que, cual rompecabezas de piezas infinitas, se perdía tras sirenas e incendiados escombros. Recuerda buscar cuanto le había sucedido, instantes antes, justo debajo del coche ... como una mera rutina. Recuerda haber contestado a alguien que no se sentía amenazado ... intrépido ignorante ...
Cuando cerró los ojos, no los volvió a abrir jamás.
Cualquier muerte en manos del terrorismo merece un mismo y unido reproche.

No se vayan todavía... aún hay más


... Y no hay más argumentos posibles que un posicionamiento común en contra del terrorismo. Esta mañana me he perdido entre mil voces tras las ondas de la radio; ayer, tras las mismas imágenes de siempre en televisión: portavoces, unos con, y otros, sin razón. Los políticos, algunos, no se merecen ya ni tan siquiera una contestación.